A veces pasa que uno tiene la sensación de que está flotando una idea en el aire, algo que parece que sabes pero que no puedes explicar porque te faltan piezas. Así llevo yo bastante tiempo, recogiendo información, comparando procesos y hablando con la gente que me rodea, a ver si alguien ha escondido esas piezas que me faltan.
La idea que me viene rondando la cabeza es: ¿Realmente necesitamos aprender todo lo que nos enseñan? ¿Acaso no hay muchas cosas que ya sabemos?
Me ayudaré de algunos ejemplos para explicarme mejor. Estás al borde de un estanque, el agua está tranquila, lisa como un espejo, es inevitable buscar una piedra para hacer una rana, no creo que haya quien se reprima. Primero buscas con los ojos la piedra adecuada, que tenga una forma chata, redondeada, ni grande ni pequeña. Cuando encuentras una candidata la sopesas en la mano, recorres su contorno con los dedos y finalmente te preparas para el lanzamiento; calculas la inclinación de tu cuerpo, del brazo, la orientación de la mano, la fuerza… En el simple hecho de lanzar una piedra a un estanque, tu cerebro ha hecho más de una docena de cálculos de geometría, vectores o trigonometría: Nuestro cerebro sabe perfectamente todas esas fórmulas y las aplica con éxito, pese a que la mayoría seríamos incapaces de trasladarlas a un papel. Eso pasa con todos esos cálculos que llamamos “a ojo”.
Otro ejemplo. Conocemos a alguien, y en pocos segundos nos parece atractivo, ¿por qué? Se ha descubierto recientemente que, sin saberlo, hemos observado si su piel es lisa y sin manchas, si tiene el pelo fuerte y abundante, los dientes blancos y los labios sonrosados, si sus facciones son simétricas: Nuestro cerebro nos está diciendo que esa persona está sana y por eso nos gusta. Entonces eso significa nuestro cerebro tiene conocimientos médicos básicos ¿no?
Y como estos ejemplos otros muchos: Sabemos, la mayor parte de las veces, si alguien nos miente, si está contento o deprimido, si le caemos bien o no. E incluso llego más lejos, ¿No es cierto que también nos comunicamos con una mirada, con un apretón de manos, con una caricia? Y qué decir de los presentimientos y las corazonadas, esos destellos de lucidez sin motivo aparente, que aciertan en nuestras decisiones más que cuando insistimos en razonar. Ya el colmo son los casos de curación espontánea, que ciertamente no son muchos, pero sí están perfectamente documentados por gente aún más descreída que yo.
Entonces, ¿Por qué tenemos que estudiar matemáticas, física o psicología? ¿No deberíamos “recordar” ya que tenemos esos conocimientos? ¿Y por qué hablamos de la telepatía como algo no probado? Nuestro cerebro tiene mucha información, alguna nos viene de antiguo, otra la recoge sin que nos demos cuenta, pero el hecho es que se pasa el tiempo calculando, almacenando e imaginando.
Creo que hay que cruzar la siguiente frontera, construir un puente hacia nuestro cerebro y poder acceder a todas esas cosas que sabemos, a todas las habilidades que poseemos, tan sólo recordando, dejándolas salir, sin tener que reaprender, reinventar o redescubrir. Me da la impresión de que eso es lo que hacen algunos matemáticos, psicólogos o los primeros curanderos: alcanzaron un conocimiento que está encerrado en nuestras cabezas, y le dieron una forma lógica en un teorema, fórmula o enunciado. Son descubridores de lo conocido, exploradores de lo desconocido.
Hace aproximadamente un año y medio alguien me preguntó: ¿Qué harías si tuvieras mucho dinero, la vida resuelta? Y yo respondí: Viajaría y conocería el mundo entero, a lo que me replicó ¿No te gustaría viajar dentro de ti? No supe qué responder, aún no había vislumbrado todo lo que hay por descubrir dentro de cada uno, pensé que ¿cómo no iba a conocer mi cabeza, si la llevo todo el día sobre los hombros?
Así son las cosas, a veces los árboles no nos dejan ver el bosque.
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