miércoles, 19 de septiembre de 2007

Qué día el de aquel año


Me he dado cuenta de que hay recuerdos que no sólo no se olvidan nunca, sino que ni siquiera pierden intensidad o nitidez. Éste es uno de esos.

Lo curioso es que no soy capaz de recordar si fue en junio, en mayo... sé que todavía era época de colegio, sé que era día de entre semana, de esos que tú tienes una fiesta por convenio y los demás trabajan, y que hacía un tiempo perfecto. Ese día estuve con mi madre, Mercedes, Marta y Jesús. Habíamos quedado desde por la mañana para ir al Parque de Atracciones. Mercedes y yo llegamos casi al tiempo, las dos nos perdimos, así que descubrí otra cosa que teníamos en común: somos las únicas personas que nos perdemos en la Casa de Campo madrileña. Después llegó Marta, y Jesús, como siempre, llegó el último.

Ya desde antes de entrar empezamos a reirnos de las ocurrencias de Marta, y así fue hasta que nos fuimos, tenía una chispa inigualable. Subimos a todas las atracciones, fueran de la edad que fueran, o aunque nos dieran miedo, gritamos como posesos en la Casa del Terror, estuvimos jugando con globos de agua como si tuviéramos 10 años, nos montamos tres veces seguidas en la misma atracción de agua hasta acertar en salir todos mirando a la cámara... Parecíamos condenados en nuestro último día, no teníamos límite en las ganas de divertirnos.

No fue sólo las cosas que hicimos, que de por sí eran geniales, era la sensación de absoluta fiesta que tuvimos todo el día, como el día de tu cumpleaños cuando eres pequeño. Recuerdo que por entonces todos trabajabamos en la misma empresa, una empresa que nos pagaba mal y tarde, que nos tenían poco menos que esclavizados, mal tratados, y todas esas experiencias traumáticas compartidas habían generado una relación que Mercedes y yo creímos que era amistad. Nosotras al menos, como amigas nos comportábamos con los demás.

Y así es como me sentía ese día, pasándolo en el sitio más divertido del mundo, en un día no festivo que hacía que pareciese que lo habían abierto para nosotros, con los que yo creía que eran mis amigos, y con mi madre.

Después descubrimos que ni Marta ni Jesús fueron nunca amigos, sino que nos utilizaron. Pero hete aquí que ese día no sabíamos nada de eso, y pese a que luego he descubierto que ni Marta ni Jesús no son buenas personas, no he conseguido quitarme el recuerdo como de uno de los mejores días de mi vida. Tanto es así que cada mañana, todos los días laborables, más o menos a las 8:30 se me pone una sonrisa de boba feliz en la cara.

Y ni las mentiras de Marta, ni la cobardía de Jesús podrán quitármelo nunca.

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