Me voy dando cuenta de que la vida está llena de retos, es algo casi constante. Cada viernes me tomo unos minutos para hacer un resumen de lo que ha ocurrido en la semana, en ocasiones comparo con lo que esperaba, y la mayor parte de las veces no tienen nada que ver.
Cuando Esther me dijo que esperaban el segundo bebé (bueno, en realidad me lo dijo mi madre), justo después de la alegría me llegó el miedo ¿Podría quererlo como a Irene o aunque fuera la mitad? Cuando veía las ecografías no podía evitar comparar, era como si no consiguiera darle su propio protagonismo. Y el día que nació encima me pilló de vacaciones y no podría conocerle hasta el día siguiente… más nervios.
Pero cuando entré en la habitación de la clínica y vi los mofletes rosados, esa carita tan tranquilla y su voz de gatito perdido, pareció como si de repente se abriera otro manantial de cariño, uno sólo para él, y descubrí que también le quería como a nadie en el mundo.
Ya no tengo miedo, disfruto todo lo que puedo de Irene y achucharé a Dani mientras esté indefenso. Me encanta ver cómo crecen y cómo me sorprenden cada vez que los visito. No hay nada comparable.
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