De un tiempo a esta parte he venido echando de menos aquella época de la guerra fría en que los secretos lo eran, porque últimamente no hago más que oír, incluso antes del Assange, una increíble variedad de detalles acerca de asuntos de alto secreto y, la verdad, me resulta chocante. Es como el chiste ese en que un adivino pregunta quién está llamado a la puerta, “pues vaya mierda de adivino”... Pues vaya mierda de secretos, que hasta salen en los telediarios.
Me cuesta decidirme si debe haber secretos o no, y también me cuesta decidir si es seguro o recomendable sacarlos a la luz sin más. A veces pienso que nosotros, esa masa bruta que formamos la opinión pública, somos como una fuerza de la naturaleza, no siempre buena, no siempre justa, y que dejar determinados detalles ante nuestros ojos podría causar más problemas que beneficios. Recordad que, por poner un ejemplo, cuando sale en las noticias que alguien ha sido acusado de algo, directamente lo consideramos culpable. Pues imaginemos lo que puede ser con algo a gran escala, en manos de la masa embrutecida en la que nos convertimos en cuanto somos más de 10. Me temo que es un asunto que aún tendré que meditar mucho, porque ni me gustan los secretos ni le tengo fe a la opinión pública. Mala combinación.
Pero lo que sí tengo claro desde un principio es qué me parece la que se ha montado alrededor de este tema, la persecución salvaje, las acusaciones al límite, el cierre de cuentas bancarias, de medios de pago como paypal… Eso me ha llegado al alma.
Seguramente muchos recordaréis que cuando hablo de Suiza se me hinchan las venas del cuello porque recuerdo de lo que viven: de ser uno de los paraísos fiscales. Y en un paraíso fiscal, además de la fortuna de personas que habrán amasado su dinero de forma lícita, está todo el dinero de los capos de la mafia, de los más grandes vendedores de armas y drogas, de los extremistas islamistas, y toda clase de seres despreciables que caminan por el mundo. Desprecio la ganancia conseguida por custodiar ese dinero porque cada billete tiene una historia trágica de represión, abuso o muerte.
Pero ningún gobierno pide que se les cierren esas cuentas, nadie prohíbe que se ganen millones con su dinero, a nadie le molestan los muertos que habrán quedado por el camino hasta llegar esos billetes hasta Suiza. Eso sí, que un fulano guarde ahí su dinero para poder seguir publicando información mal guardada (me niego a llamarlo secretos), eso es imperdonable hombre, hay que meter a este tipo en la cárcel como sea, acusándolo de lo que haga falta.
¿Dónde está la cordura? ¿Por qué no veo detenciones en masa de curas que se han pasado décadas abusando de críos? ¿Por qué ni una noticia de las muertes casi a diario producidas por la Camorra? ¿Por qué pueden morir decenas de personas cada día en México sin haber una guerra? ¿Por qué puede morir un niño africano de hambre cada pocos minutos y nadie les quita a sus dirigentes los millones que tienen guardaditos en Suiza?
Y esto ya no es una injusticia, esto es una tomadura de pelo. Montar la de Dios porque un tío descubre los trapos sucios de cuatro politicuchos que nadie recordará dentro de 20 años, de sus intrigas rancias, de sus trapicheos de tres al cuarto. En realidad no se están revelando secretos de Estado, sino lo malos políticos y personas son los monos que dirigen este cachito de mundo, y que sólo parecen más listos porque sus triquiñuelas estaban bien guardadas. Pues bien, hay un nuevo Sheriff en la ciudad, y en adelante habrá que cambiar el lenguaje: negociación en lugar de trapicheo; diplomacia en vez de intriga, y asumir responsabilidades en vez de esconder la metedura de pata debajo de la alfombra.
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