martes, 23 de enero de 2007

Violencia


Recuerdo que, hará cosa de un año, me dijo mi compañera Marta, que había algunas canchas en Madrid que habían sido tomadas por pandilleros extranjeros, que no dejaban jugar a los críos, les robaban o pegaban. Y también recuerdo perfectamente que la dije "pues eso sólo se arregla a hostias".

Esa afirmación mía tan triste nada tenía que ver con xenofobia, simplemente estaba reflejando la indefensión en que nos encontramos ante las personas que vienen aquí con costumbres de otro siglo. La policía no puede hacer nada y la ley es blanda ante una brutalidad ya erradicada hacía tiempo en nuestro país. El problema no me parece tanto de culturas como de épocas: nosotros estamos intentando meternos en el siglo XXI con un esfuerzo de mil demonios, y los violentos que llegan aquí no han pasado del siglo XIX.

No se me ocurre cuál puede ser la solución, pero tenemos que reaccionar ya. A mí, lo que más me asusta, no es que haya unos pandilleros macarras, como tantos antes que ellos, lo que realmente me impresiona, en este país en el que no estamos de acuerdo en absolutamente nada, es que los chavales de todo un pueblo (de más de 150.000 habitantes) se organicen contra algo. Es como un descarrilamiento.

Y los de otros pueblos tomarán ejemplo, y tendremos que lamentar muchas cosas si no se le ocurre algo a alguien para frenar esto.

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