viernes, 30 de septiembre de 2005

Las palomas de Marqués de Vadillo

He cambiado de trabajo. Ahora por las mañanas ya no voy en bus, tren y metro, ya no voy leyendo, durmiendo u oyendo música. Mis mañanas ahora están llenas de coches, carreteras grises, atascos y obras. Ya no soy una pasajera, soy una conductora y empiezo el día con competitividad, cuidado y con "¡que me vas a dar, chalao!". No veo gente leyendo o hablando, ya no puedo fijarme en los zapatos que llevan o en sus manos, sólo veo conductores agresivos con mucha prisa y poca educación.

Y eso todavía cuando voy por la nacional V que la cosa aún va bien. Ya cuando entramos en la M-30 te puede dar el "telele": polvo, desvíos improvisados, obreros dormidos que te mandan parar o avanzar sin criterio aparente. Y las líneas, ¡Dios mío! hay mil líneas en la carretera, blancas, amarillas, de cuando señalaban el primer desvío, del cuarto...

Pero después llega la Glorieta de Marqués de Vadillo. Es una plaza fea, en medio de las obras. Solo para pasarla tengo que tragar con cuatro semáforos, está llena de coches, la parada de taxis, los buses... y la fuente.

La fuente que hay en el centro de la Glorieta de Marqués de Vadillo es mi bálsamo matutino. Siempre tiene flores de la temporada, con colores brillantes, parece que me sonríen. Pero lo mejor de todo son las palomas, hay todos los días por lo menos una docena de palomas con su baño mañanero. Ya sé que todo el mundo dice que son muy sucias, que llevan enfermedades y que son grises y feas. A mi me parecen muy bonitas. Tienen la belleza de las cosas sencillas de todos los días. Para mí tienen alguna propiedad balsámica en este Madrid loco, sucio y roto.

El baño que se dan las palomas de la Glorieta de Marqués de Vadillo me refresca y me pone una sonrisa en la cara cada mañana a las nueve menos diez.

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